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martes, 13 de agosto de 2013

Si mañana se acabara el mundo, yo hoy todavía plantaría un árbol.


Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto 
semi-privado del hospital. A uno de ellos, se le permitía sentarse durante 
una hora por la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama 
estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que 
permanecer acostado de espalda todo el tiempo. Conversaban incesantemente 
todo el día y todos los días; hablaban de sus familias, sus hogares, empleos, 
experiencias durante sus servicios militares y sitios visitados durante sus 
vacaciones.
Todas las tardes, cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se 
sentaba, se pasaba el tiempo relatando a su compañero de cuarto, lo que 
veía por la ventana. Con el tiempo, el compañero acostado de espalda que no 
podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, 
durante los cuales, se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del 
mundo exterior.


La ventana daba a un parque con un bello lago, los patos y cisnes se deslizan 
por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago, los 
enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores, en un paisaje 
con árboles majestuosos y en la distancia, una bella vista de la Ciudad.


A medida que el señor cerca de la ventana, describía todo esto con detalles 
exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco.

Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital y aunque él no pudo 
escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente, mientras su compañero 
se lo describía. Pasaron los días y las semanas, y una mañana, la enfermera al 
entrar para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de 
la ventana, quien había expirado tranquilamente, durante su sueño; con tristeza, 
avisó para que trasladaran el cuerpo.

Al otro día, el otro señor, con mucha tristeza pidió que lo trasladaran cerca de la 
ventana, a la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse que estaba 
cómodo, lo dejó solo. El señor con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo, 
para poder mirar al mundo exterior por primera vez, finalmente, tendría la alegría de 
verlo por si mismo, se esforzó para asomarse por la ventana y lo que vio, fue la pared 
del edificio de junto, confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera, que sería 
que lo que animó a su difunto compañero a describir tantas cosas maravillosas fuera 
de la ventana, la enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ver ni 
siquiera la pared de enfrente, ella le dijo: "Quizás solamente deseaba animarlo a 
usted".

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